Canción de bajo la misma estrella (subtitulada)
The Fault in Our Stars - Troye Sivan (Subtitulada)
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Okay..
Lo pensé. Mis besos —todos antes del diagnóstico— habían sido incómodos y sensibleros, hasta cierto punto siempre parecíamos niños jugando a ser mayores. Pero desde luego había pasado tiempo.
—Hace años —dije por fin—. ¿Y tú?
—Me di unos cuantos buenos besos con mi ex novia, Caroline Mathers.
—¿Hace años?
—El último fue hace menos de un año.
—¿Qué pasó?
—¿Mientras nos besábamos?
—No, contigo y con Caroline.
—Bueno… —me contestó. Y un segundo después—: Caroline ya no participa de la cualidad de ser persona.
—Vaya… —dije yo.
—Sí.
—Lo siento —añadí.
Había conocido a muchas personas que habían muerto, por supuesto, pero nunca había salido con ninguna de ellas. La verdad es que no podía ni imaginármelo.
—No es culpa tuya, Hazel Grace. Solo somos efectos colaterales, ¿verdad?
—«Percebes en el buque de la conciencia» —dije citando Un dolor imperial.
—Sí. Me voy a dormir. Es casi la una.
—Bien —le contesté.
—Bien —me respondió.
Me dio la risa tonta y repetí «Bien». La línea se quedó en silencio, pero no se cortó. Casi sentía que estaba en la habitación conmigo, pero mejor, porque ni yo estaba en mi habitación ni él en la suya, sino que estábamos juntos en algún lugar invisible e indeterminado al que solo podía llegarse por teléfono.
—Bien —dijo después de una eternidad—. Quizá «bien» será nuestro «siempre».
—Bien —añadí.
El deseo de Hazel
—Te encantan los símbolos
—le dije con la esperanza de orientar la conversación hacia los símbolos
holandeses de nuestro picnic.
—Tienes razón.
Seguramente te preguntas por qué estás comiéndote un sándwich de queso malo y
bebiéndote un zumo de naranja, y por qué llevo la camiseta de un holandés que
jugaba a un deporte que he llegado a odiar.
—Se me ha pasado
por la cabeza —le contesté.
—Hazel Grace, como
muchos otros niños antes que tú, y te lo digo con todo el cariño, gastaste tu
deseo deprisa y corriendo, sin plantearte las consecuencias. La Parca te miraba
fijamente, y el miedo a morirte, junto con el deseo todavía en tu proverbial
bolsillo, sin haberlo utilizado, te hizo precipitarte hacia el primer deseo que
se te ocurrió, y, como muchos otros, elegiste los placeres fríos y artificiales
de un parque temático.
—La verdad es que
me lo pasé muy bien en aquel viaje. Vi a Goofy y a Minnie…
—¡Estoy en mitad de
un discurso! Lo he escrito y me lo he aprendido de memoria, así que si me
interrumpes, seguro que la cago —me cortó Augustus—. Te pido que te comas tu
sándwich y que me escuches.
El sándwich estaba
tan seco que era incomestible, pero aun así sonreí y le di un mordisco.
—Bien, ¿por dónde
iba?
—Por los placeres
artificiales.
Metió el cigarrillo
en el paquete.
—Sí, los placeres
fríos y artificiales de un parque temático. Pero permíteme que te diga que los
auténticos héroes de la fábrica de los deseos son losjóvenes que esperan, como
Vladimir y Estragon esperan a Godot, y las buenas chicas cristianas esperan
casarse. Estos jóvenes héroes esperan estoicamente y sin lamentarse a que se
presente su verdadero deseo. Es cierto que podría no llegar nunca, pero al
menos descansarán en su tumba sabiendo que han hecho su pequeña aportación para
preservar la integridad de la idea de deseo. »Pero resulta que quizá el deseo
sí se presenta. Quizá descubres que tu único y verdadero deseo es ir a ver al
brillante Peter van Houten a su exilio en Amsterdam, y en ese caso sin duda te
alegrarás de no haber gastado tu deseo.
Augustus se quedó
callado el tiempo suficiente para que imaginara que había terminado su
discurso.
—Pero yo sí que
gasté mi deseo —le respondí.
—Vaya… —me dijo. Y
luego, después de lo que me pareció una pausa calculada, añadió—: Pero yo no he
gastado el mío.
—¿En serio?
Me sorprendió que
Augustus fuera un candidato a recibir un deseo, porque todavía iba al instituto
y su cáncer había remitido hacía un año. Hay que estar muy enfermo para que los
genios te concedan un deseo.
—Me lo concedieron
a cambio de la pierna —me explicó.
El sol le daba en
la cara. Tenía que entrecerrar los ojos para mirarme, lo que le hacía arrugar
la nariz. Estaba guapísimo.
—Pero no voy a
regalarte mi deseo, no creas. A mí también me interesa conocer a Peter van
Houten, y no tendría sentido conocerlo sin la chica que me recomendó su libro.
—Claro que no.
—Así que he hablado
con los genios, y están totalmente de acuerdo. Me han dicho que Amsterdam es
preciosa a principios de mayo. Me han propuesto que salgamos el 3 de mayo y
volvamos el 7.
—¿De verdad,
Augustus?
Se acercó, me tocó
la mejilla y por un momento pensé que iba a besarme. Me puse tensa y creo que
se dio cuenta, porque retiró la mano.
—Augustus, no
tienes que hacerlo, de verdad.
—Claro que lo haré
—me contestó—. He encontrado mi deseo.
—Eres el mejor —le
dije.
—Apuesto a que se
lo dices a todos los chicos que te financian los viajes internacionales —me
contestó
Isaac
—Le he dicho «siempre»
hoy, varias veces, «siempre, siempre, siempre», pero ella seguía hablando sin
decírmelo. Era como si ya me hubiera marchado, ¿sabes? «Siempre» era una
promesa. ¿Cómo puedes romper una promesa y quedarte tan ancho?
—A veces la gente
no es consciente de lo que está prometiendo —añadí.
Isaac me lanzó una
mirada.
—Vale, por
supuesto, pero aun así mantienes la promesa. Eso es el amor. El amor es
mantener las promesas pase lo que pase. ¿No crees en el amor verdadero?
No contesté, porque
no sabía qué contestar, pero pensé que si el amor verdadero existía, la suya
era una buena definición.
—Bueno…, yo creo en
el amor verdadero —continuó Isaac—. Y la quiero. Y me lo prometió. Me prometió
que sería para siempre.
Hazel y Augustus♥
Puse los ojos en
blanco.
—Lo digo en serio
—añadió.
—Ni siquiera me
conoces —le dije.
Cogí el libro del
salpicadero.
—¿Qué te parece
si te llamo cuando lo haya leído? —le pregunté.
—No tienes mi
número de teléfono.
—Tengo la firme
sospecha de que lo has anotado en el libro.
Sonrió de oreja a
oreja.
—Y luego dices
que no nos conocemos…
Metáfora de Augustus Waters
Augustus Waters se metió la mano en un bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos, nada menos. Lo abrió y se colocó un cigarrillo entre los labios.
—¿Estás loco? —le pregunté—. ¿Te crees muy enrollado? Vaya, ya has mandado la historia a la mierda.—¿Qué historia? —me preguntó volviéndose hacia mí muy serio.
El cigarrillo, sin encender, colgaba de la comisura de sus labios.
—La historia de un chico que no es feo, ni tonto, ni parece tener nada malo, que me mira, me señala usos incorrectos de la literalidad, me compara con una actriz y me pide que vaya a ver una película a su casa. Pero, claro, siempre tiene que haber una hamartía, joder, y la tuya es que, aunque TIENES UN PUTO CÁNCER, das dinero a una empresa a cambio de la posibilidad de tener MÁS CÁNCER, joder. Te aseguro que no poder respirar es una PUTA MIERDA. Totalmente frustrante. Totalmente.
—¿Una hamartía? —me preguntó.
El cigarrillo, todavía entre sus labios, le tensaba la mandíbula. Desgraciadamente, tenía una mandíbula preciosa.
—Un error fatal —le aclaré apartándome de él.
Me dirigí hacia el bordillo de la acera y dejé a Augustus detrás de mí. En ese momento oí que un coche arrancaba al final de la calle. Era mi madre. Fijo que había estado esperando a que hiciera amigos.
Sentía crecer en mí una extraña mezcla de decepción y cabreo. La verdad es que ni siquiera sabía lo que sentía, solo que era muy fuerte, y quería dar un guantazo a Augustus Waters y también cambiarme los pulmones por otros que no pasaran olímpicamente de ser pulmones. Estaba en el bordillo de la acera con mis Converse, los grilletes en forma de bombona de oxígeno en el carrito, a mi lado, y en cuanto mi madre se acercó, sentí que me cogían de la mano.
Me solté, pero me giré hacia él.
—Los cigarrillos no te matan si no los enciendes —me dijo mientras mi madre se acercaba al bordillo—. Y nunca he encendido ninguno. Mira, es una metáfora: te colocas el arma asesina entre los dientes, pero no le concedes el poder de matarte.
—Una metáfora —añadí dudando.
Mi madre estaba ya esperándome.
—Una metáfora —me repitió.
—Decides lo que haces en función de su connotación metafórica… —le contesté.
—Por supuesto —me contestó con una sonrisa de tonto, de oreja a oreja—. Soy un gran aficionado a las metáforas, Hazel Grace.
John Green
Nacimiento: 24 de agosto de 1977, Indianpolis, Indiana Estados Unidos
Ocupación: Novelista, escritor de literatura Juvenil y vlogger en YouTube, es mayormente reconocido por su libro Bajo la misma estrella.
Nacionalidad: Estados Unidos
Descendencia: Henry Green, Alice Green
Sinopsis del libro
Pese al milagro médico de reducción de tumor que le ha comprado unos cuantos años, Hazel nunca ha sido otra cosa que una paciente terminal, su ultimo capitulo inscrito en su diagnóstico. Pero cuando un maravilloso giro inesperado llamado Augustus Waters aparece repentinamente en el Grupo de Apoyo a Niños con Cáncer, la historia de Hazel esta a punto de ser reescrita completamente.
Perspicaz, audaz, irreverente y cruda, Bajo la Misma Estrella es el trabajo mas ambicioso y desgarrador del galardonado autor John Green, explora brillantemente la diversión, emoción y tragedia de estar vivo y enamorado.
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